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10 de octubre de 2012

... pero os admiro

La escena transcurre en un aula polivalente: mesas, sillas, una pizarra digital, un encerado, unas picas, un mármol, unos estantes, unos armarios... Vamos, lo que viene a ser un espacio de usos múltiples en una escuela.
Un grupo escolar espera, impaciente, nervioso y alborotado, su turno para ser vacunado.
¿Vacunas en la escuela?
¿En qué país vivimos?
¿En qué siglo estamos?
Pues sí: campaña oficial sanitaria anual para el alumnado de sexto de Primaria. Por supuestísimo, sólo se puede llevar a cabo este plan en los colegios. (Nota a ras, que no a pie, de página: la escuela se encuentra ubicada en un barrio de una ciudad del área metropolitana de Barcelona). Que digo yo, que si enseñamos a los niños a ser ordenados, las inyecciones en el ambulatorio/hospital ¿no?.
Primera de las tres sesiones que se realizarán a lo largo del curso escolar.
Que si la del papiloma primera dosis para las niñas, que si la de la varicela dosis primera, segunda o tercera, que si la de la hepatitis A, o la hepatitis B, o ambas a la vez (aquí ya me he perdido y no sé si hay primera, segunda o tercera como en las sevillanas)
En fin y resumiento: hora y media sin poder dar/recibir clase.
Pero...  a lo que vamos.
La maestra, solícita y acogedora se desvive por el personal sanitario (que no les falte de ná) y por controlar el ambiente estudiantil lo más relajado posible. Unos mimos, unas palabras, que si siéntate si te va mejor, que si ay, que te estás poniendo pálida, recuéstate, que si no hay para tanto, que si eres un hombrecito, que si te ven llorar los demás se van a contagiar, ¿ves como no duele?... Es decir, todas aquellas cosas que hacemos y decimos las maestras cuando nos encotramos en la tesitura maternotutorial a la que estamos acostumbradas.
Todo transcurre con normalidad. Todo..., excepto la tipología variopinta de anotaciones en clave en los carnets de vacunas, que digo yo que parece que sea para que los ajenos en materia no nos enteremos de nada.
Veintiséis. Quince niños y once niñas. Uno tras otro. Por orden alfabético.
Una vez todo, o casi todo, desencriptado, etiquetado, anotado e inyectado, las enfermeras recogen el espacio. Se despiden y aquí viene lo bueno.
- Uy, chica, ¡qué horror! ¡Yo no sería maestra por nada del mundo!
- Yo tampoco enfermera, pero os admiro (y os respeto).
Punto y final.
 ¡Lo que hay que aguantar!