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31 de julio de 2011

El carrito del helado

Mi infancia son recuerdos de un patio de Torredonjimeno donde pasaba las siestas de las vacaciones de verano jugueteando con mi hermana y con mis primos, a hurtadillas de mis padres y con la complicidad de mis abuelos paternos. 
Entre risas, cuchicheos, remojones y juegos, esperábamos impacientes y tarde tras tarde, que pasara el carrito del helado.
Era el premio, la recompensa, el trofeo anhelado por  disfrutar felices, lejos de casa, rodeados de los nuestros, inmersos en un ambiente seco, caluroso, encalado, andaluz, con olor a cooperativa de aceite y matalahúva o anís verde proveniente de los hornos pasteleros cercanos a la casa de mis abuelos. Como ruído de fondo, el huu huuu melancólico y bajo de tórtolas y palomas desde tejados cercanos y el monótono y reiterativo canto de la chicharra estival.
Mientras el vigía de turno acechaba tras la cortina de la puerta a que pasara el carrito del helado (evidentemente tirado por el heladero itinerante), el resto de primos gozábamos de nuestras particulares vacaciones: parchís, ajedrez, risas, agua... del zaguán al patio y del patio al zaguán, todo ello procurando no hacer mucho ruído para respetar así la siesta de mis padres, cosa que hacía más divertidas las siestas, no  sólo porque durmieran los mayores, sino porque era práctiamente imposible "no hacer ruído".
Los cómplices del alboroto contenido: mis abuelos.
Genial. Juegos, risas, correteos, remojones, cuchicheos... de unas siestas impregnadas de cariño,.. a la espera de un helado.

(Imagen: lanarrativabreve.blogspot.com)