Te presto mis sandalias
si juzgarme pretendes,
pero te advierto que mi pie, aunque chico,
luce herencia bien grande.
Poderío, para juzgarme.
A mi pasado me aferro,
a mis actos sin iguales
y a tus feos por descuido.
Cuando hube de estar, inerte,
y ante mi aciago momento, te perdiste.
¿A juzgarme tú vienes?
En la sombra, a destiempo,
acechando y en silencio.
¡Qué Dios me libre del manso!,
que te veo, que te intuyo,
¡cuan engañado te sientes!
Yo, a mi ruta, a mi senda,
a vivir con lo que toca
y a aprender y no olvidar:
la almohada que me escuche
sincera, fiel y leal.
¡Qué ingenuo!,
lo más suave, me parece.
Si conocerme pudieras,
si comprenderme quisieses,
¡a la cara y de frente!
Ahí lo dejo.
Así lo pienso, tunante.
Yo, los deberes bien hechos.
Yo, los deberes bien hechos.
Tú, lástima por lo que se pierde.